sábado, 3 de septiembre de 2011

La magia del poder

Un presidente de inclinación autocrática quiere gobernar hasta el fin del tiempo. También se vale del miedo, domina los espacios con su sonriente retrato, y monopoliza la palabra. Lo tientan Fidel, Stalin y Gadafi, pero no puede consolidarse sin aniquilar ­y ahí está el detalle­ al movimiento democrático. Es la danza difícil entre totalitarismo y democracia la que determinará el futuro. Tiene su hora de la verdad: 2012


El derrocamiento del sistema totalitario de Gadafi, ha abierto ­como es habitual­ el arcano de sus vicios. Muerto Stalin las fuerzas del destino se desataron para condenar sus abusos. Por encima de las exageraciones dictadas por la fantasía, el grueso de lo que se denunciaba se correspondía con la verdad, pero esta era tan escandalosa que resultaba difícil de aceptar.

Sólo una lenta decantación convirtió la duda en convicción. El recuerdo del duro georgiano fue parcialmente sepultado y en el ideario de los comunistas se instaló la lucha contra el ominoso culto a la personalidad como idea dominante, hasta que Fidel y otros lo restablecieron.

Gadafi repitió aquella vergüenza. La tortura, las vejaciones, el caso burlesco de las llamadas "amazonas", jóvenes vírgenes expertas en artes marciales a las que embarcaba en sus viajes para violarlas o entregarlas a sus leales. Semejante oprobio sería insostenible sin una divinización de su imagen. Stalin fue reivindicado. La masacre del pueblo libio no tiene precedentes. Gadafi, como Stalin, es un genocida de su propio pueblo, peores que Hitler, genocida de otros pueblos.

Esa pústula es tan maloliente que el mundo, con menos y más, acepta el despliegue de la OTAN. Ver los modernos aviones occidentales disparando misiles contra el dispositivo militar del tirano no inclina a la simpatía, pero el foro universal parece considerarlo un mal necesario en resguardo de una nación heroica.

Los hechos son tan contundentes y el tirano tan despreciable, que los pueblos árabes ­incluso la inicialmente dudosa Argelia­, reconocieron la legitimidad del gobierno rebelde. Rusia no brindaría asilo. Argelia lo entregaría a la jurisdicción internacional, que libró orden de captura para juzgarlo por delitos de lesa humanidad.

Tampoco hacen mucho los escasos gobiernos que, como el de Venezuela, quisieron impedir la derrota del déspota. Creen quedar en paz con su conciencia dando un inaudible e inaudito respaldo, envuelto en retórica antimperial.

Pero la argucia no tiene oyentes. Ya cansa el truco. Cuando las agencias de noticias divulgaron los primeros desencuentros chino-soviéticos, desestimaron la información tachándola de invento mediático imperial. Y de ahí en más se han refugiado en el manoseado argumento, hasta hoy, cuando el PSUV lo usa para solidarizarse con Gadafi y ensañarse contra sus víctimas. La ejemplar valentía de ese pueblo maravilloso no toca la sensibilidad de estos caballeros.

Un tirano de la peor especie contra un pueblo bárbaramente oprimido. El estallido de la rebelión popular se conecta con la movilización en el Magreb y el Medio Oriente. El dictador dispone de un dispositivo militar y servicios de inteligencia impresionantes. El pueblo está desarmado y expuesto. El déspota masacra, pero con maravilloso valor los libios no se doblegan. ¿Cómo vacilar frente a semejante disyuntiva? Se está con el genocida o con sus millones de perseguidos, no hay otra. Sin embargo los seguidores de Chávez se aferran al tirano ¡en nombre de la revolución!

¿Por qué gente que sufrió dictaduras militares, abominó de torturas y exclusiones, puede inclinarse ante un autócrata, que ni se toma el trabajo de consultarle? ¿Cómo un solo personaje puede acosar a la mayoría y sin embargo mantenerse, sostenido por aquellos a quienes maltrata? En el siglo XVI esa pregunta desencadenó el gran debate sobre la libertad.

Su más eminente y temprano autor fue Etienne de la Boétie. Su interrogante es de aterradora sencillez: "El que tanto os domina sólo tiene dos ojos, dos manos, un cuerpo, y no tiene nada más de lo que tiene el menor hombre del gran e infinito número de vuestras ciudades, a no ser las facilidades que vosotros le dais para destruiros. ¿De dónde ha sacado tantos ojos con que espiaros, si no se los dais vosotros? ¿Cómo tiene tantas manos para golpearos si no las toma de vosotros? ¿Cómo fue posible que Stalin encerrara en su puño durante 22 años a los enérgicos pueblos de la Unión Soviética? La misma pregunta vale para Muamar Gadafi, quien tiranizó 42 años a los libios.

Y para Fidel, con su mineralizada dictadura de 50 años. ¿Le otorgaron los bravos cubanos, hambrientos y desesperados, "los ojos con que los espía" y "las manos con que los golpea" Cuatro siglos después de De la Boétie, podemos responderle con probidad. La base del poder despótico es el miedo, acompañado de gigantografía, logocracia y desprotección legal. Pero por muy fuerte que sea la coraza oficialista, el cansancio de esa mayoría evocada por De la Boétie, estalla en resistencias civiles, y en África y Medio Oriente, en rebeliones.

En Venezuela, un presidente de inclinación autocrática quiere gobernar hasta el fin del tiempo. También se vale del miedo, domina los espacios con su sonriente retrato, y monopoliza la palabra. Lo tientan Fidel, Stalin y Gadafi, pero no puede consolidarse sin aniquilar ­y ahí está el detalle­ al movimiento democrático. Es la danza difícil entre totalitarismo y democracia la que determinará el futuro. Tiene su hora de la verdad: 2012. Unida y llena de líderes y respuestas, la alternativa democrática va a la prueba mejor preparada que nunca


Tal Cual Digital 

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