En estos momentos se entrelazan dos situaciones: una, la del gobierno que exhibe un rotundo fracaso después de cerca de doce años de ejercicio del poder.
Es un fracaso en todos los órdenes y que tiene hitos colosales prueba de su ineficacia, por un lado, y de una concepción totalmente equivocada al querer reproducir experiencias fallidas después de 70 años de aplicación, caso URSS, o de 51 años, caso del castro-comunismo cubano.
El tema de la inseguridad, de la pudrición de alimentos, de la salud, de la educación, y muy especialmente, de la destrucción del aparato productivo expelen mensajes de signo negativo para la autocracia militarista que ya no es que viola la Constitución, sino que la ha colocado a un lado.
Una parte importante del país observa y critica tales actuaciones. Lo que hace el gobierno es minoría, lo que significa que una parte de sus seguidores se resienten no sólo de un mal gobierno sino del intento de imponer a la brava un régimen que rompe con los usos y costumbres de la vida civilizada, donde el respeto a la disidencia es una regla de oro de la vida democrática.
El otro elemento es la actuación de la disidencia. Con absoluta claridad asume la ruta electoral, constitucional y pacífica. Y como modo de acción la unidad. El mensaje es claro: respeto a la Constitución, rencuentro de los venezolanos y venezolanas.
Una Asamblea Nacional plural que sirva de contrapeso y al mismo tiempo cumpla con sus funciones contraloras. Detener el camino hacia el totalitarismo, abrir los cauces para alcanzar un funcionamiento democrático de la sociedad venezolana.
Romper la dependencia de un país con respecto a un autócrata que maneja al país como si fuera una hacienda de su propiedad. Aplicar la justicia social y derrotar el clientelismo actual que se expresa en el yo te doy, como algo que es propiedad del autócrata, pero si te pones una camisa roja y vas a mis actos.
Hacer funcionar el Poder Judicial con independencia y poner fin a los abusos de poder. Derrotar el centralismo y desarrollar la descentralización devolviéndole a gobernaciones y alcaldías sus funciones y recursos.
El cruce de estas dos líneas (la del gobierno, descendente; la de la disidencia, ascendente) plantea la posibilidad de obtener una victoria el 26 de septiembre. Esto es sumamente trascendente.
Como es viable plantear el objetivo de conquistar democracia y justicia social que cubrirá una etapa de no sabemos cuántos años, dependerá en alto grado de lo que suceda el 26S.
Pase lo que pase el 27 de septiembre debe aparecer una nueva realidad política. El camino a recorrer tiene un horizonte limitado: 2012, cuando cerca del 80 por ciento de los encuestados señalan el fin de la autocracia militarista.
Si son éstas las perspectivas es obligante que la unidad nacional que se va conformando vaya más allá del 26S y que se entienda que es imprescindible esa unidad para derrotar electoral y políticamente al autócrata y pensar en el postchavismo.
Hay que preparar una transición pacífica. La más amplia unidad es tan poderosa que es capaz de plantearse este objetivo como viable, como alcanzable. Y en esa dirección, pensamos, es como debe entenderse la gran victoria del 26S y su proyección.
Tal Cual Digital
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